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jueves, 15 de septiembre de 2011

LAS PRECIOSAS RIDÍCULAS (escena X)

A continuación les presento la escena X de "LAS PRECIOSAS RIDÍCULAS" de Moliere.
Esta actividad corresponde a Textos Literarios II, con ella resolverán las preguntas 2, 3, 4 y 5 de nuestra guía 4 o bien de la guía interactiva.
Es importante recordarles que el texto ha sido adaptado.

Escena X
MADELÓN, CATHOS, MASCARILLA y MAROTTE.
     MASCARILLA.- (Después de haber saludado.) Señoras mías, os sorprenderá, sin duda, la osadía de mi visita; mas vuestra reputación os acarrea este mal negocio, y el mérito posee para mí tan poderosos encantos, que corro tras él por todas partes.
     MADELÓN.- Si perseguís el mérito, no debéis cazar en nuestras tierras.
     CATHOS.- Para ver mérito en nosotras es preciso que lo hayáis aportado vos mismo.
     MASCARILLA.- ¡Ah! Alego falsedad en vuestra palabra. La fama pone justamente de manifiesto lo que valéis, y vais a dar pique, repique y capote a todo cuanto hay de galante en París.
     MADELÓN.- Vuestra deferencia lleva demasiado adelante la liberalidad de sus alabanzas, y mi prima y yo nos guardamos muy bien de tomar en serio la benevolencia de vuestra lisonja.
     CATHOS.- Querida, habría que ofrecer sillas.
     MADELÓN.- ¡Marotte!
     MAROTTE.- Señora.
     MADELÓN.- Pronto; acarreadnos aquí las comodidades para la conversación.
(Sale MAROTTE.)
     MASCARILLA.- Mas, ¿habrá, al menos, aquí seguridad para mí?
     CATHOS.- ¿Qué teméis?
(Vuelve MAROTTE con un sillón y sale de nuevo.)
     MASCARILLA.- Algún robo de mi corazón, cualquier asesinato de mi franqueza. Veo aquí ojos que tienen aspecto de ser muy malas piezas, de atacar a las libertades y de tratar a un alma como el Turco al Moro. ¡Cómo, diablo! No bien se les acerca uno, se ponen en mortífera guarda. ¡Ah! Desconfío, a fe mía. Y voy a poner pies en polvorosa o exijo garantía burguesa de que no me harán ningún daño.
     MADELÓN.- Querida mía, es un carácter jovial.
     CATHOS.- Ya veo que es realmente un Amílcar.
     MADELÓN.- No temáis nada; nuestros ojos no tienen malos propósitos y vuestro corazón puede descansar con tranquilidad en su probidad.
     CATHOS.- Mas, por favor, caballero, no seáis inexorable con este sillón que os tiende los brazos hace un cuarto de hora; satisfaced un tanto el deseo que tiene de abrazaros.
     MASCARILLA.- (Después de haberse atusado la cabellera y dado unos toques a sus cañones.) Pues bien, señoras mías, ¿qué decís de París?
     MADELÓN.- ¡Ay! ¿Y qué podríamos decir? Habría que ser antípoda de la razón para no confesar que París es el gran mostrador de las maravillas, el centro del buen gusto, del ingenio y de la galantería.
     MASCARILLA.- Por mi parte, afirmo que, fuera de París, no hay salvación para las personas de probidad.
     CATHOS.- Es un verdad irrebatible.
     MASCARILLA.- Está un poco embarrado, pero tenemos la litera.
     MADELÓN.- En verdad que la litera es un atrincheramiento maravilloso contra las injurias del barro y del mal tiempo.
     MASCARILLA.- ¿Recibís muchas visitas? ¿Qué ingenio os frecuenta?
     MADELÓN.- ¡Ay! No somos aún conocidas; mas estamos en camino de serlo, y tenemos un amiga particular que nos ha prometido aportarnos aquí todos esos señores de la Compilación de Obras Escogidas.
     CATHOS.- Y a algunos otros que nos han mencionado también como árbitros soberanos de las bellas cosas.
     MASCARILLA.- Yo serviré vuestros deseos mejor que nadie; todos ellos me visitan, y puedo decir que no me levanto nunca sin media docena de ingenios alrededor.
     MADELÓN.- ¡Ah Dios mío! Os quedaremos agradecidas hasta lo sumo si nos hacéis esa merced, ya que, en fin, es preciso trabar conocimiento con todos esos señores si quiere una pertenecer al gran mundo. Ellos son los que ponen en movimiento la reputación en París, y ya sabéis que hay algunos cuyo solo trato basta para daros fama de inteligente, aunque no hubiera otra cosa. Mas, por mi parte, lo que pienso, especialmente, es que, por medio de esas visitas espirituales, se informa una de ciertas cosas que hay que saber necesariamente, y que son esenciales a un espíritu escogido. Con ellos se conocen a diario las pequeñas noticias galantes, las lindas relaciones en prosa y verso. Se sabe a punto fijo que aquel ha compuesto la más bella obra del mundo sobre tal tema; que tal otro ha escrito la letra de tal aire; que éste ha hecho un madrigal sobre un goce; que el de más allá ha compuesto unas estancias sobre un infidelidad; que el caballero tal escribió anoche una sextilla a la señorita cuál, cuya respuesta le ha enviado ella esta mañana alrededor de las ocho; que tal autor ha formulado tal proyecto; que aquel otro está en la tercera parte de su novela, y que éste tiene sus obras en las prensas. Eso es lo que da realce en las reuniones, y si se ignoran es cosas, no daría yo un sueldo por el ingenio que pueda tenerse.
     CATHOS.- En efecto, encuentro que es enaltecer el ridículo el que una persona se jacte de talento y no sepa hasta la menor cuarteta que hace cotidianamente; y, por mi parte, me sentiría altamente sonrojada en caso de que vinieran a preguntarme si había yo visto algo nuevo y fuera negativa mi respuesta.
     MASCARILLA.- En verdad es afrentoso no ser los primeros en saber todo cuanto se hace; pero no os inquietéis: quiero fundar en vuestra casa una academia del buen tono, y os prometo que no se hará un solo verso en París que no sepáis de memoria antes que todos los demás. Por mi parte, tal como me veis, me aplico a ello un poco cuando quiero, y veréis circular por las bellas callejas de París, cual muestras de mi estilo, doscientas canciones, otros tantos sonetos, cuatrocientos epigramas y más de mil madrigales, sin contar los enigmas y los retratos.
     MADELÓN.- Os confieso que me desvivo furiosamente por los retratos; no encuentro nada tan galante como eso.
     MASCARILLA.- Los retratos son difíciles y requieren un profundo ingenio; y ya veréis algunos de mi estilo que no os disgustarán.
     CATHOS.- Yo, por mi parte, adoro con frenesí los enigmas.
     MASCARILLA.- Eso ejercita el ingenio, y esta misma mañana he hecho cuatro, que os daré a resolver.
     MADELÓN.- Los madrigales son agradables cuando están bien hechos.
     MASCARILLA.- Son mi habilidad especial, y me dedico ahora a escribir en madrigales toda la historia romana.
     MADELÓN.- ¡Ah! Será realmente algo de una perfecta belleza; me reservaréis un ejemplar, cuando menos, si la hacéis imprimir.
     MASCARILLA.- Os prometo reservároslos a cada una y de los mejor encuadernados. Ello está por debajo de mi condición; mas lo hago solamente para dar a ganar a los libreros que me persiguen.
     MADELÓN.- ¡Me imagino que será un gran placer verse impreso!
     MASCARILLA.- Sin duda. Mas, a propósito, tengo que repetiros una improvisación que hice ayer en casa de una duquesa amiga mía, a quien fui a visitar, pues soy endemoniadamente hábil en improvisaciones.
     CATHOS.- La improvisación es precisamente la piedra de toque del ingenio.
     MASCARILLA.- Escuchad, pues.
     MADELÓN.- Somos todo oídos.
     MASCARILLA.-
¡Oh, oh! No estaba atento
Mientras os miro, sin vil pensamiento,
Vuestros ojos, furtivos, róbanme el corazón.
¡Al ladrón, al ladrón, al ladrón!
     CATHOS.- ¡Ah, Dios mío! Es llegar al más alto grado de la galantería.
     MASCARILLA.- Todo cuanto hago tiene un aire de soltura; no huele a pedante.
     MADELÓN.- Está a más de dos mil leguas de ello.
     MASCARILLA.- ¿Habéis observado ese principio? ¡Oh, oh! Es extraordinario. ¡Oh, oh! como un hombre que cae de pronto en la cuenta. ¡Oh, oh! Es la sorpresa, ¡Oh, oh!
     MADELÓN.- Sí; encuentro admirable ese ¡oh, oh!
     MASCARILLA.- Parece que no es nada.
     CATHOS.- ¡Ah, Dios mío! ¿qué decís? Estas son cosas que no tienen precio.
     MADELÓN.- Sin duda, y mejor preferiría haber hecho es «¡oh, oh!»

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