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viernes, 16 de septiembre de 2011

PAPÁ GORIOT (fragmento)

Lee el siguiente fragmento de "PAPÁ GORIOT" de Honorè de Balzac y responde las preguntas 30, 31 y 32 de nuestra guía 4 de Textos Literarios II.

"... El estudiante llamó recio a la puerta de Papá Goriot.
-- Vecino -- díjole -, he visto a madame Delfina.
-¿Dónde?
- En los Italianos.
-¿Y se divertía mucho? Pase adentro.
Y el buen hombre, que saltara de la cama en camisa, abrió su puerta y volvió a meterse en el lecho a toda prisa.
--Hábleme de ella -rogó.          
Eugenio, que era la primera vez que ponía los pies en el cuarto de Papá Goriot, no pudo dominar un gesto de estupefacción al ver el tabuco en que vivía el padre, después de haber admirado la toilette de la hija. La ventana no tenía visillos; el papel de las paredes se desprendía en muchos sitios por efecto de la humedad y se abarquillaba, dejando ver el yeso amarillento por el humo. Yacía el buen hombre sobre un mal camastro, sin más ropa que un delgado cobertor y unos cubrepiés enguantados, hecho con retazos sanos de los vestidos viejos de madame Vauquer. El piso era húmedo y estaba lleno de polvo. Frente a la ventana veíase una de esas viejas cómodas de palo de rosa y panza abombada que lucen tiradores de cobre retorcido a modo de sarmientos, adornados con hojas o flores; un viejo mueble con tapa de madera sobre el que había un jarro en su jofaina y todos los utensilios necesarios para afeitarse. En un rincón, los zapatos; a la cabecera de la cama, una mesilla de noche, sin puerta ni tapa de mármol; en el pico de la chimenea, que no mostraba indicios de fuego, estaba la mesa cuadrada de nogal, cuya barra sirviérale a Papá Goriot para desfigurar su fuente de plata sobredorada. Un pésimo secreter sobre el que se veía el sombrero del buen hombre, un desfondado sillón de paja y dos sillas completaban aquel mísero moblaje. El dosel de la cama, sujeto al techo por un guiñapo, sostenía una pésima tira de tela a cuadros rojos y blancos. De fijo que el más pobre recadero no estaría peor acondicionado en su desván que Papá Goriot en casa de madame Vauquer. La vista de aquel cuartucho daba frío, le encogía a uno el corazón, pues semejaba la más triste mazmorra de una cárcel. Mortunadamente no notó Papá Goriot la expresión que dibuj6se en el rostro de Eugenio al poner su vela en la mesilla de noche. Volvióse a él el buen hombre, con el embozo hasta la barbilla.
-¿Y qué tal? ¿Cuál le gusta a usted más, madame de Restaud o madame de Nucingen?
- Prefiero a madame Delfina - respondió el estudiante -, porque es la que más lo quiere a usted.
Ante esas palabras, dichas con calor, sacó el buen hombre un brazo de la cama y apretóle a Eugenio la mano.
-Gracias, gracias -respondió el viejo, emocionado-. Pero ¿qué fue lo que le dijo de mí?
Repitió el estudiante, embelleciéndolas, las palabras de la baronesa y el viejo escuchólo cual si hubiese oído la palabra de Dios.
- ¡Hija querida! Si..., sí...; me quiere mucho. Pero no crea usted eso que le he dicho de Anastasia. Las dos hermanas se tienen envidia, ¿entiende usted?, lo cual es una prueba más de lo que me quieren. También madame de Restaud me quiere mucho. Me consta. Un padre es para sus hijos como Dios para nosotros, cala hasta el fondo de las almas y juzga las intenciones. Las dos son iguales de cariñosas. ¡Oh! Si yo hubiese tenido buenos yernos, habría sido demasiado dichoso. Y, por lo visto, en este mundo no hay dicha completa. Si yo hubiese vivido con ellas, con sólo oír sus voces, saber que estaban allí, verlas entrar y salir como cuando las tenía conmigo, brincárame el corazón de alegría. Y dígame: ¿iban bien puestas?
-Sí -dijo Eugenio-. Pero, monsieur Goriot, ¿cómo teniendo unas hijas tan bien casadas como las suyas, puede vivir en este mechinal?
-Pero, a fe mía -respondió él, con aire aparentemente despreocupado-, ¿para qué querría estar mejor? Trabajo me cuesta explicárselo a usted; no decir dos palabras seguidas como es debido. Todo está aquí -añadió, golpeándose el corazón--. Mi vida, la mía, está en mis dos hijas. Si se divierten, si son felices, si van bien vestidas y pisan alfombras, ¿qué importa cómo sea la tela de mi traje ni el petate en que duerma? Yo no tengo frío estando ellas calientes, ni me aburro jamás cuando ellas ríen. Mis penas son las suyas. Cuando sea usted padre, cuando se diga a sí mismo, al oír los trinos de sus nenes: "¡Eso ha salido de mi!", entonces sentirá usted que cada una de esas criaturas está unida a cada gota de sangre, de la que son la crema, porque es eso. Se creerá usted prendido a su piel y que, al andar ellos, se mueve usted también. Por todas partes me responde su voz. Una mirada suya, si es triste, me hiela la sangre. Un día sabrá usted que es uno más feliz con la felicidad de los hijos que con la suya propia. No puedo explicárselo; son impulsos íntimos que difunden bienestar por doquiera. En una palabra: que yo vivo tres veces. ¿Quiere usted que le diga una cosa curiosa? Pues bien: cuando fui padre, comprendí a Dios. Está todo Él en todas partes, ya que de Él salió la creación. Así soy yo para mis hijas, monsieur. Sólo que yo amo más a mis hijas que Dios al mundo, porque el mundo no es tan bello como Dios y mis hijas son más bellas que yo. Tan metidas en el alma las llevo, que yo tema la idea de que usted las vería esta noche. ¡Dios mío! Un hombre que hiciese feliz a mi Delfinita, como lo es una mujer cuando la aman de veras... ¡Oh, yo sería capaz de darle brillo a sus botas y hacerle sus recados! Por su doncella supe que ese señoritingo de De Marsay es un mal bicho. Y me entraron ganas de retorcerle el pescuezo. ¡No querer a una alhaja de mujer, con una voz de ruiseñor y bien formada como un modelo! ¿Dónde tendría los ojos cuando se casó con ese zoquete de alsaciano? A las dos les hacían falta unos jóvenes guapos y simpáticos. Pero, en fin, ése fue su gusto.
Papá Goriot estaba sublime. Nunca había podido Eugenio verlo iluminado por los destellos de su paternal pasión. Cosa digna de notarse es el poder de infusión que poseen los sentimientos. Por más ordinaria que una criatura sea, en cuanto expresa un afecto fuerte y sincero, exhala un fluido particular que modifica la fisonomía, anima el gesto e imprime colorido a la voz. El ser más estúpido suele llegar, bajo el influjo de la pasión, a la más alta elocuencia en la idea, si no en el lenguaje, y parece moverse en una esfera luminosa. Tenía en aquel momento la voz y el gesto de aquel hombre ese poder comunicativo que delata al gran actor. Pero ¿qué son nuestros bellos sentimientos sino las poesías de la voluntad?..."

Honoré de Balzac.
Tomado de :Papá Goriot

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