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martes, 11 de octubre de 2011

Escena III El Conde, Don Diego (Textos literarios II)

Lee el siguiente fragmento y responde las preguntas 57, 58, 59 y 60 de tu guía interactiva


(...)

El Conde:
Finalmente sois vos quien ha conseguido triunfar y la gracia del rey os eleva a un rango que sólo me pertenecía a mí; os concede el honor de ser yo del príncipe de Castilla.

Don Diego:
Esta gracia que otorga a mi familia demuestra a todos los que es justo y manifiesta que sabe remunerar los servicios prestados anteriormente.

El Conde:
Por grandes que sean los reyes, son iguales que nosotros; pueden cometer errores como los demás, y esta elección confirma a los cortesanos que no sabe recompensar bien los servicios presentes.

Don Diego:
Dejemos de hablar de una elección que no es de vuestro agrado: el favor ha podido decidirle tanto mérito, pero al poder absoluto se le debe el respeto de no criticar ningún deseo del monarca. Concededme otro honor que añadiré, que él me ha proporcionado: unamos con un sagrado lazo mi casa y la vuestra. Vos sólo tenéis una hija y yo un hijo: su himeneo puede hacernos amigos para siempre. Otorgadnos esta gracia y aceptadle por yerno.

El Conde:
Un hijo agraciado debe pretender partidos más ventajosos. La magnificencia de vuestro nuevo cargo debe llenar su corazón de presunción. Ejercedlo señor, y gobernad al príncipe: enseñadle de que modo conveniente regir una provincia, someter a sus súbditos bajo la ley, llenar de amor a los leales y de miedo a los perversos. Añadid a sus virtudes la de un perfecto capitán: enseñadle el modo de endurecerse en los trabajos, hacerse sin igual en el oficio de Marte, pasar jornadas de enteresa a caballo, vencer a cualquier ejército, tomar una fortaleza y no deber más que así mismo la victoria en el combate. Instruidle con vuestro ejemplo y hacedle extraordinario, poniendo a la realidad como testimonio de vuestras enseñanzas.

Don Diego:
Para instruirse en el ejemplo, a pesar de las envidias, no necesitará más que leer en la historia de mi vida. Ahí encontrará innumerables hazañas y aprenderá el modo más conveniente de rendir pueblos y de alcanzar, por medio de grandes proezas, la fama.

El Conde:
Los ejemplos vivientes poseen mayor eficacia; mal aprende un príncipe su deber en los libros. Y, además ¿qué es lo que han hecho tantos años que no pueda ser igualado por una de mis hazañas? Si vos fuistes valeroso antes, yo lo soy actualmente. Granada y Aragón temen cuando brilla este acero; mi nombre basta para dominar a Castilla entera: si yo faltara, pronto serías sojuzgados por otras leyes y tendríais por reyes a vustros propios adversarios. Cada día, cada momento, para realizar mi fama, añaden a los laureles, triunfos a los triunfos. A mi lado el príncipe probaría su valor en las batallas al amparo de mi brazo y aprendería a vencer siguiendo mi ejemplo: y para desempeñar perfectamente y con mayor rapidez esta misíón, vería...

Don Diego:
Tengo conocimiento de ello, vos sois un fiel servidor del rey; os he visto luchar y mandar bajo mis órdenes. Cuando la edad ha venido a mermar mis fuerzas, vuestra bravura ha sabido reemplazarme; en fin, para dejar vanos discursos, vos sois actualmente lo que antes fui yo. No obstante, en tal concurrencia habréis podido observar que el monarca ha hecho alguna distinción entre los dos.

El Conde:
Vos habéis conseguido lo que me correspondía a mí.

Don Diego:
Bien supo merecerlo quien os lo arrebató.

El Conde:
Quien puede realizarlo con más eficiencia es el más digno.

Don Diego:
No es buena señal el no haber sido designado.

El Conde:
Por industria lo conseguisteis vos, ya que sois viejo cortesano.

Don Diego:
Mi único partidario ha sido el lustre de mis proezas.

El Conde:
Mejor digamos que el monarca ha hecho honor a vuestra avanzada edad.

Don Diego:
Cuando el monarca obra de este modo es que la cuenta por el valor.

El Conde:
Si fuera así, ese honor sólo me pertenecería a mí.

Don Diego:
Quien no ha odido conseguirlo es que no era digno de poseerlo.

El Conde:
¿No era digno? ¿quién? ¿yo?

Don Diego:
Vos.

El Conde:
Tu atrevimiento, viejo desvergonzado, merece su pago. (Le abofetea)

Don Diego:
(Sacando la espada) Termina y prívame de la vida después de tal insulto, el primer por el que linaje ha quedado deshonrado.

El Conde:
¿Qué pretendes realizar con tus débiles fuerzas?

Don Diego:
¡Oh, Dios, mis ya escasas fuerzas me abandonan en este momento!

El Conde:
Tu espada me corresponda. (El Conde, blandiendo su espada, derriba la de Don Diego). Más te enorgullecerías de que tan deshonroso trofeo hubiera caído en mi poder. Adiós. Haz leer al príncipe, a pesar de la envidia y para su aleccionamiento, la historia de tu vida; este merecido castigo a unas atrevidas palabras complacerá.

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